Doménico Chiappe entrevistado por María Goicoechea

MG: ¿De dónde surge la idea para Hotel Minotauro?

DC:La obra comprende varias metáforas. El hotel como metáfora del laberinto –donde está encerrado el minotauro- y ese laberinto como metáfora de la red. A partir de estas imágenes, que contienen sublecturas desde el mito griego hasta las noticias de actualidad, construyo las historias, contadas con distintos lenguajes: texto, fotografía, música.

Quería que tanto la trama como la forma –literaria y plástica- también mostraran la retórica de nuestro tiempo. Como protagonista, el minotauro encaja en una trama que aborda entrelíneas la estética de internet, de cámara en mano, que ha tenido su gran nicho en lo pornográfico, donde el amante que graba es acéfalo. En este discurso de cámara subjetiva, el espectador está en el lugar de sus ojos. El minotauro busca a la mujer que practica una felación a un acéfalo porque cree que puede llegar a amarle a él, un engendro con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Según la idea que le motiva, esa mujer, esa única mujer, puede obviar su monstruosidad. Sin embargo, el minotauro ha envejecido, pierde la memoria y no logra recordar ni quién era ella ni dónde vio el vídeo.

El dédalo del monstruo es un hotel donde hay más personajes encerrados, y que están tras las puertas. Aquí hay otro juego de metáforas superpuestas. Las puertas significan los enlaces de la red –que revelan su contenido si el lector tiene voluntad de abrirlos- y el pasillo funciona como una lectura lineal. La trama del pasillo es la del minotauro, pero la que se esconde tras las puertas cuenta aspectos de la crisis financiera y el beneplácito de quien detenta el poder, desde el escritor que legitima culturalmente esas prácticas hasta los que dictan las normas. Otras puertas cuentan fotográficamente la historia de una mujer, cuya trama se cruzará e hilvanará los relatos.

MG: Háblame del proyecto Hijos de Mary Shelley.

DC: Es un proyecto del escritor Fernando Marías, que ha conformado un grupo de varios escritores y colaboradores, para, alrededor del tema de lo oscuro y lo misterioso, de la que es buena exponente Shelley, crear obras de vocación metanarrativa y transmedia. Fruto de la invitación de Fernando, empecé a trabajar con la idea y el guion, a componer textos y música. La obra se enriqueció muchísimo cuando comencé a trabajar con David Losada y su equipo de Maloka Media (Paola Rey y Jesús Jiménez), tanto en lo visual como en el propio discurso narrativo. Una vez que comenzamos a colaborar juntos, los contenidos comenzaron a acoplarse y equilibrarse, como tiene que ser en este tipo de obras. Soy defensor de lo que llamo la “hiperfonía” que es lograr la polifonía narrativa gracias a la polifonía creativa. En este caso se cumplió este objetivo haciendo que todo el que participa sea coautor de la obra.

 MG: ¿Cuáles son las premisas que te marcaste como creador, si te marcaste algunas?

 DC: Siempre hay que partir de premisas que atañen tanto a la historia (qué se quiere contar), como a la forma (cómo se quiere contar). La estructura del relato convive con la estructura de navegación, y se nutren una a otra. Las primeras cuestiones hacen que una obra sea multimedia o no lo sea. En este sentido, para mí es crucial que se cumplan dos aspectos. Uno, que los lenguajes narren en planos paralelos, cada uno una historia, que se entrecruzan por los movimientos del lector. Dos, que el lector decida su propio recorrido y haga su lectura, incitado por un componente lúdico que, en esta obra, se basa en un cambio de perspectiva con respecto a mis obras anteriores. Mientras en aquellas la perspectiva del lector era desde “afuera”, una visión cenital como la que tiene cualquier lector de códice, en Hotel Minotauro ese lector está “dentro”, como en los videojuegos de generaciones recientes. Sin embargo, al no querer renunciar al texto, esta navegación desde el interior –que además apoya esa intención de significar la retórica pornográfica de internet- tenía que lograr el equilibrio entre la lectura –un requerimiento, leer, para quien explore la obra- y el movimiento.

En cuanto a lo literario, también tenía premisas. Quería escribir la denuncia, que no el panfleto, con un lenguaje directo, a partir de situaciones reales, inspirado en los grabados de la guerra de Goya. Los contenidos –textuales, musicales, fotográficos- funcionan como imágenes contundentes y exactas, en ocasiones brutales.

 MG: ¿De qué manera crees que el papel del autor se ha visto modificado en este ecosistema de medios en el que nos encontramos actualmente en relación con épocas pasadas, pre-internet?

 DC: Lo digital ha abolido las fronteras entre las artes. El espacio electrónico permite la experimentación con nuevas formas, más flexibles. El autor está más expuesto, como todo el resto del tejido social, y ha perdido autoridad, como cualquier otro prescriptor, para endosarla a otros agentes sociales, como el lector, tradicionalmente condenados a un rol más pasivo. Las reglas de creación han cambiado radicalmente, al igual que el comportamiento de los individuos y, por tanto, de aquello que se ha convenido en llamar “mercado”.

 MG: ¿Es el escritor el minotauro en el laberinto?

 DC: Esa es una lectura tan válida como otra cualquiera. Para mí el minotauro es un personaje paranoide antisocial complejo, mitad víctima y mitad verdugo, que se deja llevar por el impulso y que, al cegarse para permitir esa guía, puede representar a la gran mayoría de las masas nacionales. Su voz es la de la canción presente siempre en el pasillo, una letanía triste.

 MG: ¿Qué significan las flechas y los números que hay bajo la imagen de la mujer?

 DC: Simulan los “me gusta” y “no me gusta” de redes sociales. Cada eslabón de la trama de la chica fotografiada es pública, como la de todos los usuarios que renuncian a preservar su intimidad a cambio de una recompensa fatua, como la de los números de internet: amigos, likes, resultados de Google, que marcan una reputación fugaz, con contenidos donde no importa la calidad. Esta historia real, contada en cuatro fotografías documentales, se somete al veredicto de los navegantes.

 MG: Al igual que hiciera Picasso en su Guernica, parece que estableces una conexión entre la violencia colectiva que estamos sufriendo con la violencia privada que se ejerce hacia las mujeres. Pero, al perpetuar imágenes de víctimas sexuales en la literatura, parece que se está fomentando el voyerismo en el espectador/lector. ¿Crees que el medio digital ha propiciado el juego entre el autor que se exhibe y el lector que controla al objeto de su mirada en la Red?

 DC: En la obra hay dos secuencias que hablan directamente de la violencia contra la mujer. Una, la historia de la chica que está tras las puertas de la derecha y que se cuenta en cuatro fotos. Es un hecho real y las imágenes fueron trabajadas para que tuvieran la estética de la obra, pero fueron sacadas de internet. Esa historia verídica se utiliza para sostener la ficción –y el desenlace- de la trama del minotauro, y también para mostrar el comportamiento, y sus discursos, de quien alienta el abuso contra el más débil, llámese mujer, minoría o raza.

La otra es la escena de la violación de una mujer por parte de un hombre que es aplaudido por los poderosos del laberinto, por aquellos que tienen tanto poder que pueden decirle al minotauro dónde está lo que busca. Son poderosos porque pueden hacer lo que les plazca con total impunidad y porque poseen vasta información. La escena del teatro está inspirada también en la actualidad noticiosa: el director del FMI cuando agrede a una camarera de hotel solo replica, a escala humana, aquello que las instituciones económicas mundiales hacen contra los países que se rinden a sus políticas, violarlos.

En estas narraciones se deben asumir riesgos, y la acusación de fomentar el voyerismo es uno de ellos. Sin embargo, la literatura debe servir también para que el lector se interrogue por lo que pasa a su alrededor, sin eufemismos ni resignación. Y estas imágenes, textuales o fotográficas, son parte de ese intento de alzar la voz, aunque no logren abrir los ojos.

En las redes sociales hay exhibicionismo pero ese sector es solo una parte del medio digital y sus usos. Yo no considero que el que publica en las redes sociales sea un “autor”. Es un comentarista, un constructor de imagen, alguien que utiliza un discurso, a veces sólido, pero, en la mayoría de los casos, alejado de la noción creadora. Es un contenido instantáneo, pedestre, vulgar. Hay en el medio digital otro tipo de contenidos, profundos, plurales, polifónicos, que requieren de intenso trabajo y donde el autor intenta defender algo de esa autoridad perdida.

 MG: La música es un elemento esencial de la obra. Háblame de cómo has trabajado el plano musical.

 DC: Suelo componer con la guitarra, en soledad. Desde hace varios años solo toco cuando tengo un proyecto multimedia en desarrollo, y entonces busco la música que requiere esa narración. La trabajo también como los textos y el resto de artes: como una imagen que narre. Una vez que la tengo, recurro a músicos profesionales para los arreglos y la grabación. En Hotel Minotauro se produjeron dos piezas, “La voz del monstruo” y “Títeres”, y se utilizó otra, “La fuerza del rencor”, que suelo incluir en todas mis obras, por ser la canción que encierra mi tema literario sobre la reconstrucción de la memoria y la rebelión del más débil. En las dos primeras, trabajé con Fidel Cordero en su estudio. La tercera, fue una grabación en vivo en la que participaron Natalia Hernández y Jorge Ramírez hace ya varios años, remasterizada y editada para esta ocasión.

 MG: ¿La obra es realmente hipertextual o tiene un recorrido de lectura fijado por el autor? ¿Cuál es el papel que esperas lleve a cabo tu lector ideal?

DC: Creo que el autor debe ofrecer siempre dos niveles de lectura. Uno, horizontal, como la superficie del mar, en donde el lector nada de un extremo a otro. El otro, vertical, que se ofrece para el lector que quiera sumergirse y ver lo que hay bajo ese manto inicial. El primero se recorre de un extremo a otro (puede imponerse la linealidad sugerida por el autor) y ofrece una historia completa, en la que puede profundizar en una segunda lectura si se acepta el riesgo de bucear. O clicar los links. Ocultos tras las puertas, cada eslabón de contenidos (compuestos por animación, lexía, fotografía que interactúan entre sí) se puede leer por separado, y pueden combinarse y entrecruzarse con la trama lineal, la del pasillo.

Mi lector ideal se arriesga a caminar por el laberinto, confiado en su capacidad de orientarse. Mientras avanza, recolecta piezas y arma un puzle. Es activo, pues acepta el juego de concluir los relatos cuyo final queda sugerido y abierto; interpreta las claves no textuales de la obra, e interactúa con los elementos.

Mi lector ideal no teme, ni a sus conjeturas ni a sus movimientos.

 MG: ¿Piensas añadirle más puertas al hotel? ¿Añadir temas? ¿Concibes esta obra como acabada, redonda, o crees que se podría ampliar continuamente?

 DC: La idea y la intención artística dan paso a una estructura nuclear, de lo que espero sea una obra que crezca y complejice, con la expansión de los pasillos, las puertas, las escaleras. Es un trabajo en proceso que puede tener varias versiones. De momento hay dos, “Basta con abrir las puertas de un hotel” y “Hotel Minotauro”, con muy pocas diferencias, aunque sí han sido programadas en lenguajes distintos.

 MG: ¿Cuál crees que sería la mejor forma de preservar tu trabajo?

 DC: Para preservar los libros códice se instituyó la biblioteca, con un sistema de localización y cuidado de cada ejemplar. En el mundo digital todavía no se ha instaurado la figura del bibliotecario que tendrá que ser aquel que evite dos de los problemas para su preservación: el desvanecimiento (cuando el servidor que los aloja desaparece y la obra deja, o no, un rastro que conduce a ninguna parte), y la obsolescencia (cuando el archivo de la obra deja de tener un dispositivo que pueda descifrarlo). Para el primer asunto, la política podría ser albergarlo en muchos espacios a la vez, mejor si dependen de instituciones de largo aliento y único objetivo, como una biblioteca virtual. Para el segundo, el bibliotecario debe tener conocimientos avanzados de programación para que la obra se actualice en los sistemas operativos y lenguajes informáticos que surgen y avasallan a los anteriores hasta hacer que una obra programada hace una década ya no pueda leerse en la mayoría de las interfaces.

 


 

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Doménico Chiappe es un escritor y periodista peruano afincado en España. La narrativa multimedia o hipermedia es uno de sus principales campos de trabajo tanto teóricos como prácticos. Como investigador ha escrito ensayos y artículos sobre narrativa hipermedia, y como creador, ha publicado entre otras la obra multimedia [Tierra de Extracción], considerada entre las más importantes de narrativa multimedia e incluida dentro de la antología ELC2 de Electronic Literature Organization (EE UU) y el MIT.

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